En la habitación número seis del segundo piso del hospital Shamir, cerca de Tel Aviv, repleto de árboles y flores, hay una persona y media.
Una es un guardia de seguridad israelí al que le cuesta incluso dirigir la mirada hacia los 38 kilos que quedan de lo que alguna vez fue Jalil Awawdeh, y que languidecen sobre una cama que representa la esperanza de cientos de presos palestinos detenidos como él: sin explicación, sin posibilidad de apelar y sin fecha de caducidad.
“Libertad o muerte”, balbucea Jalil. Frena. Inhala. Los ojos como arrancados de sus cuencas, moviéndose descontrolados. Las extremidades deshechas hasta el hueso. Exhala. “Hasta el final”.
Mientras el guardia de seguridad israelí interrumpe a los gritos la…
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Fuente: Abc Color – www.abc.com.py