Una vez le arrojé un tomate podrido a Ronald Reagan. O al menos a una foto de Ronald Reagan. En aquel tiempo yo era bastante joven y estaba bajo la influencia de Jean-Jacques Rousseau (aunque ni él ni yo lo hubiésemos reconocido) y tan ansioso como Greta Thunberg por demostrar mi buena fe de radical. Reagan, obviamente, era un emblema de todo lo que yo detestaba de mi propio país. Al arrojarle un tomate a uno de sus carteles electorales, no lo estaba atacando como persona, sino como símbolo. Esa diferencia era muy significativa para mí.
Años más tarde, cuando un sujeto enloquecido que quería impresionar a Jodie Foster le disparó a Reagan, descubrí que simpatizaba decididamente con Reagan como persona. Como persona que, después de despertarse en el hospital y recibir de las enfermeras la advertencia de que no hablara para no…
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Fuente: Abc Color – www.abc.com.py